Cuánto estás dispuesto a cambiar para poder vivir en otro lugar? De hecho, es necesario cambiar? Me lo pregunto bastante seguido.
Soy un enamorado del cambio, creo que el cambio es evolución y que en definitiva lo que no logra mutar fallece. Solo sucede que salir de un contexto y querer hacer pie en otro también te puede hacer perder tus raíces y sin raíz, tampoco vas a poder sobrevivir.
Entonces hay algo que seguramente podamos cambiar para poder sobrevivir en una sociedad que tiene otras reglas y hay otras cosas que si las perdemos, nos quitan la esencia. Y sin esencia, no somos nada. Porque en el fondo, aún si lo negamos y creamos que lo podamos ocultar, somos un conjunto de creencias.que pueden ser revisadas y que sin embargo no siempre se pueden cambiar.
Y vamos a ser justos, nos pueden tirar la hoguera que algunas cosas las vamos a seguir dando por ciertas porque negarlas implicaría no poder aceptarnos como somos.
Encuentro que vivir en Alemania nos obliga a someternos a un conjunto de reglas que de alguna manera nos restringe. Porque venimos de un lugar en el que las reglas con mucho más blandas y en todo caso, conversables. En esta parte del mundo, si hay algo que en general no cambia, son las reglas. Están escritas hace ya mucho tiempo, probablemente más que el que podamos recordar. Y te aseguro que no son de conversar mucho.
Una vez que termina el período de Navidad, hay un día en el que podemos sacar el árbol natural a la calle para que el camión de basura lo recoja y se lo lleve. El año pasado olvidé hacerlo en la fecha correcta y entonces decidí que lo haría un mes después, la próxima vez que el camión de la basura orgánica pasase por el barrio.
Llegado el día, bajé el árbol y lo puse al lado del tacho esperando que el camión se lo llevase. Por supuesto, sucedió lo obvio: el camión pasó, vació el tacho y mi árbol quedó donde lo había dejado al lado de la acera. Después de recibir un llamado de la administración, decidí que me tenía que deshacer del mismo y una noche a las 23, me fui a un descampado y lo arrojé con tanta fortuna que nadie me vio porque hacer eso tiene una multa.
Por esto este año me ocupé especialmente de ponerlo en la calle el día correcto. Sólo que el método para hacerlo llegar al punto de recogida incluyó lanzarlo desde una ventana de mi casa hasta el jardín del edificio y después arrastrarlo hasta ese lugar. Algo que tampoco debe ser 100% legal, más allá de que un amigo alemán me sugirió que era un mecanismo válido.
En cualquier caso, al menos esta vez se lo llevaron y todavía no recibí ninguna queja. Tampoco que me importe mucho, porque en el fondo, hacer cosas de argentino en Alemania me hace conectar con lo que en realidad soy: un Argentino en deconstrucción. Claro que como decía al principio, la deconstrucción tiene un límite y yo voy a seguir siendo yo acá y allá.
Si, puedo comer Nutella. Ahora muero por una cucharada de dulce de leche. Y está bien que sea así.
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