Esta semana que pasó, la despedí a mi madre que estaba de visita en casa. La verdad es que pasamos un montón de días juntos y por algún u otro motivo, nunca tuvimos un rato para una charla sincera. Digo, en el día a día a veces no nos decimos las cosas y tal vez no tenemos un rato para reflexionar sobre esta o aquella situación. Al momento de la despedida, cuando alguien se va, en esos últimos momentos, tal vez nos damos cuenta (o no) de lo que está pasando y nos hacemos presentes desde otro lugar.
Las despedidas suelen ser una tragedia, por más que las tengamos que aceptar como parte de la vida y que hasta a veces nos ayuden a crecer. Y hay una canción de Mike and The Mechanics que justamente estuve escuchando estos días (además de un montón de canciones de Cristian Castro al que le voy a dedicar otro post) que habla justamente de lo difícil que es decirse las cosas de frente, de como el pasado define nuestro presente y por ende afecta nuestro futuro.
En el fondo, cuando criamos un hijo, queremos que se parezca a nosotros. Incluso, como sucedió en mi caso, hasta le ponen el mismo nombre del padre y del abuelo, porque es una forma de proyectarnos en el futuro sabiendo que un día no vamos a estar e intentando que al menos nuestros pensamientos, o nuestra forma de ver las cosas, perduren nuestra ausencia. Creo que tal vez no podemos apreciar el valor de la carga emocional que tiene esa decisión cuando en el acto manifiesto, solamente estamos definiendo un nombre.
En cualquier caso, al momento de despedirnos con mi madre, nos tomamos un café. Algo que como digo, en el día a día hicimos regularmente, solo que el último café en el aeropuerto, tuvo otro sabor. Y me surgió esta reflexión: por qué será que para sobrellevar mejor a la tragedia que estamos enfrentando decidimos comer? Qué hay en la comida que nos permite asimilar mejor la despedida? Los que vivimos afuera y vamos de visita, siempre nos despedimos con una juntada donde no falta la comida. De hecho hasta en los evangelios vemos que cuando Jesús sabe que va a morir, se despide con una cena.
Así las cosas, quiero decir que si hay un lugar en el mundo en el que la comida definitivamente está pensada para acompañar las despedidas, es en Alemania. Tiene 2 o 3 ventajas muy claras: suele ser contundente (difícil quedarse con hambre), es sencilla, porque las salchichas se cocinan muy rápido y son relativamente ricas.
Alemania es un buen lugar además para soportar las tragedias. Doy fe que mis días en Berlín, los más grises y oscuros que me tocaron vivir, fueron más livianos porque Berlín es una tragedia en continuado. Esta segunda vida en Düsseldorf tiene menos curry wurst y más cerveza. También bastante Malbec. No está nada mal.
A ver, vamos a ser claros, rica es un paella en España o un asado en Argentina. La comida en Alemania, como todo acá, suele ser eficiente. No está pensada con el objetivo de gustar, sino más bien de solucionar. Si lo pensás así, la nutella es un buen reemplazo para el dulce de leche. Definitivamente me gusta más el segundo. Y lo extraño, tanto como a mi madre.
Gracias Mike Rutherford por ponerlo en palabras. Gracias a Cristian Castro por esos videos que hicieron mi semana trágica mucho más llevadera. Y gracias a mi madre por el café en el aeropuerto. 10 minutos que van a quedar en mi memoria selectiva de momentos que valieron la pena.
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