Estoy de vacaciones con mi madre y mis hijos en Francia. Es algo que hacemos de un tiempo a esta parte. Lo hacíamos cuando estaba casado y lo continuamos con más razón ahora que estoy solo, de manera de poder seguir conectando con la familia.
Lo primero que tengo que decir es que la dinámica familiar, cuando incluye a 3 generaciones como en este caso, requiere de una plasticidad pasmosa. No digo que sea solo mía, porque todos tienen que ceder algo. Ahora el que se lleva la peor parte no tengo dudas que soy yo, que además de financiar una buena parte de la fiesta, tengo que estar negociando con todos, porque los planes y horarios son muy distintos.
Lo que me hace recordar que cuando me vine a Alemania, lo hice con un mandato muy claro: el de regresar, al que yo le sumé mi propia épica. tenía que terminar de construir un puente. Sentía que mi padre había construido una parte del mismo, facilitando el intercambio de conocimiento entre los países y también ayudándonos a emigrar. A mi me quedaba la segunda parte, que era la de construir la mano en la dirección contraria y eventualmente cruzarlo varias veces. Al final de cuentas, para eso están los puentes.
Me faltaba igual una parte de la misión que fue la que terminé de comprender hoy. Tengo además que tender el puente entre las generaciones de mi propia familia. De un lado, mi pasado, representado por mi madre que no me suelta y pretende determinar no solo mi presente sino también el futuro mío y el de mis hijos. Por el otro, el futuro, representado por mis hijos que cada tanto celebran estar en Alemania y tantas otras veces me recriminan siquiera haber sugerido que esta era una buena idea.
Y lo tengo que hacer desde la incertidumbre de este presente que mezcla todo y muchas veces me abruma, porque solo se que no se nada y que me lleno de dudas a cada paso. Si hay algo que no sobran son certezas. En ese contexto, lo que mantiene a flote, no es otra cosa que mi propia energía y la idea de que el negocio que estoy armando con los vinos, resuelve, ordena y hasta me permite saldar las deudas con mi propia historia.
Dirán que es mucha expectativa en algo que todavía no sucedió. Yo digo que es lo mejor que me pudo haber pasado de un tiempo a esta parte, porque me pone en la dirección de construir el puente, me vuelve a entregar el control de mi vida y me permite volver a soñar.
Así las cosas, cada vez que me agarra una crisis, como las que tengo durante esta convivencia inter-generacional o cada vez que tengo que darme una respuesta, me enfoco en lo que me da satisfacción y sigo construyendo mi puente. Un puente que espero todos podamos cruzar y celebrar.
Un puente lleno de dulce de leche y de nutella. Porque todo comienza por el estómago. Panza llena, corazón contento. Siempre.
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