Tengo una relación muy especial con Alemania. Es un idilio, un amor muy buscado y probablemente nunca correspondido, porque que alguien te diga que te quiere, en este paîs, suena casi a una utopía.
Supongo que todo empezó desde chiquito, como ya mencioné alguna vez. Mi padre, que ya trabajaba en el hospital alemán, se ganó una beca para venir a estudiar. Mi madre lo siguió después de algunos meses y nosotros (mi hermana y yo) nos quedamos viviendo en la casa de mis abuelos.
Eran tiempos raros en Argentina y tengo recuerdos muy vagos de esa etapa. No recuerdo por ejemplo haber ido al aeropuerto a despedir a mi papá. Si, perfectamente, que le grabábamos unos cassettes con nuestras voces cantando canciones, como para que no se olvide de nosotros. Y recuerdo muy especialmente las cartas (postales) que regularmente llegaban a la casa mis abuelos.
Hubo una con la foto del avión de Lufthansa. Supongo que era para que entendiésemos que estaban de viaje y que era lejos. El hecho de que fuese un avión de Lufthansa y no de otra aerolínea, hoy a la distancia, encierra ya un significado. Más luego hubo varias otras con fotos de montañas y recuerdo un par que tenían a los personajes de Heidi. De hecho esas eran las que más me gustaban.
Por un lado recibíamos las postales con las historias de mamá había visitado a Heidi y al abuelo. Mi tío, que siempre fue una especie de ídolo y vivía con mi abuela, nos había comprado el cassette con las canciones y entonces estábamos escuchando las canciones e imaginando situaciones. Por el otro, cuando volvieron nuestros padres, trajeron además del mítico tren märklin, una serie de folletos con todo lo que se conseguía acá: desde playmobils que se podían pintar con marcadores hasta pista de autos de carrera. Creo que desde la llegada de Colón a América que no se veían tantos espejitos de colores.
Obvio que me enamoré de Alemania, Por supuesto que siempre lo negué, porque eso es lo que mejor hacemos los hombres. Y por supuesto también que siempre soñé con estar acá, básicamente adonde estoy ahora. Probablemente haya sido algo latente. Muy probablemente no lo haya explicado correctamente al momento de casarme. Había una tercera en discordia y era mi relación con este país.
Entraría dentro de las cosas que no sabés que sabés de vos mismo. Igual, si entrás a mi dormitorio, ves un tren alemán colgado del techo, unos stickers de la CDU (partido político alemán) pegados en la ventana y un montón de folletos en alemán, te lo podrías haber imaginado, Carolina. Yo también me debería haber imaginado que si en tu casa había un jardín botánico lleno de gatos, alguno iba a terminar en mi casa. Pequé de inocente o no lo quise ver. Estamos a mano.
En cualquier caso, la realidad es que el mío es un amor no correspondido. En lugar de tarjetas de Heidi y su abuelo, lo único que recibo son multas (a diario) y panfletos con ofertas de cosas que no piensoni probar. Así las cosas, cada vez que pongo un pie en otro lugar, me cuestiono seriamente estar viviendo donde estoy viviendo.
Me bastaron unos pocos días de sol en Francia para empezar a entender que tal vez este no es un punto de destino. Que puedo ser más feliz en otro lado, que este pueblito ya no me alcanza porque además es la representación de mi fracaso familiar y que nunca voy a encontrar a mi alma gemela en un lugar que tiene tan solo 50.000 habitantes. Creo que tendría más chances en la colonia menonita de La Pampa.
Tampoco debería ser casual que me gusten Francia o las francesas. A los alemanes les gustan tanto que hasta las conquistaron un par de veces. Y como nunca las pudieron retener, hicieron en Düsseldorf una réplica a su modo de París y la transformaron en la capital de la moda.
Lo que vine a buscar no lo encontré. La idea de que me manden de vuelta desde Alemania a Argentina con algún cargo en una empresa alemana, queda claro que no va a suceder. Librado a mi buena suerte, me queda la posibilidad de crear una empresa Argentina en Alemania y a eso me estoy dedicando.
No tanto para sentir que cumplí un mandato o pude satisfacer de alguna manera ese amor que no fue. No es ya un acto de grandilocuencia o magnanimidad sino solamente uno de supervivencia: necesito construir una nave que me permita salir de este pueblito y me devuelva a mi verdadero amor. Elegí los vinos, pudo haber sido cualquier otra cosa. La verdad es que al menos el alcohol me permite mantenerme inspirado y en este país en el que no para de llover, es un muy buen comienzo.
Descubrí el mantecón gracias a mi abuela, que me lo compraba cuando mis padres no estaban. El dulce de leche bastante antes y la nutella cuando mis padres volvieron de uno de sus tantos viajes mencionando lo increíble que era este país. Seguiré tomando malbec y lo voy a promocionar hasta que no me quede una botella en el depósito. De nuevo, no es magnanimidad ni patriotismo, es solamente un acto de desesperación.
Comentarios
Publicar un comentario