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Para qué me vine? Crónicas de un emigrado al borde de una crisis de nervios



Un domingo cualquiera, 7 de la tarde, dejo caer mi raqueta al piso y maldigo para mis adentros (o no tanto). "Qué carajo estoy haciendo acá, jugando tenis en este hall de mierda y cagándome de frío". 

Mi mente me regala además algunos otros pensamientos...sos un boludo, deberías estar en tu club en Buenos Aires, jugando con tus amigos y ganando como siempre.  El tenis se juega bajo la luz del sol y no en este tinglado con esa alfombra que no te deja correr y en el que ves la pelota cuando ya no le podés pegar.

Extraño porque el viernes mismo celebraba que me había ido muy bien en el trabajo y hasta había salido con un par de amigos a degustar los primeros vinos calientes (Glühwein) de la temporada. Pasa que cuando emigrás, los viernes son muy viernes y los domingos muy domingos. Los lunes mejor no te cuento, pero solo llegan si sobreviviste al domingo.

Y si, las emociones afloran con más intensidad y un día estás convencido de que irte fue lo mejor que te pasó en la vida porque dejaste atrás años en los que nadie te valoraba y al siguiente te das cuenta que la deuda que tomaste con tu destino no la vas a poder pagar nunca. Porque me queda claro, hoy domingo a las 9:30 de la noche, que no la voy a poder pagar nunca.

Creo que básicamente la vida es una de elecciones. Uno va decidiendo en función de determinadas circunstancias y termina entendiendo que nunca nada es perfecto. Por supuesto que todos queremos lo mejor para nosotros. Es algo natural. Lo que no es tan natural es suponer que vamos a tener todo junto hoy y ahora. No funciona así y está bien que así sea. Tal vez haya que empezar a revisar la letra chica. 

Porque en el fondo, si pudieras tener todo al mismo tiempo con solo pedirlo, probablemente la vida no haría sentido y te aburrirías demasiado. Las cosas llegan, solo hay que saber esperarlas y disfrutar del proceso que está lleno de incertidumbre. Lo otro es una utopía agigantada por las redes sociales que nos hacen creer que nunca nada alcanza. Una carrera sin sentido.  

Y para que las cosas pasen, hay que salir a buscarlas. Acá tienen una frase muy buena que dice "Nada surge de la nada" (von nix kommt nix).  Ahora no todos deberíamos salir corriendo. Irse puede ser una buena alternativa. Saber quedarse, también.  

De hecho tenemos que entender que no todos queremos lo mismo y que no somos iguales. Lo que funciona para uno, tal vez no sea lo que nos va a hacer feliz a nosotros. Y si no podemos ser felices, que sentido tendría siquiera intentarlo?

Es que cuando elegimos lo que nos gustaría que pase, y cada uno puede poner acá su sueño, también estamos dejando de lado cosas que venían pasando y que tal vez como estaban implícitas no podíamos valorar. Hoy que no las tenemos, aparecen en forma de facturas impagables en los momentos más oscuros de nuestra estadía en esta tierra teutona llena de lluvia. 

En mi caso, un domingo ya a las 10 de la noche en el que me preguntó que me llevó a querer venir a este lugar en el que estoy solo y no puedo ganar un puto partido. Me queda claro que necesito un sicólogo deportivo y tal vez una novia que me diga que sigo siendo el mejor. Sino, no voy a poder seguir acá mucho tiempo más. 

Probablemente, espero, vuelva a ganar al tenis. Seguramente no sea bajo el sol del verano sino encerrado en un tinglado medio congelado. Habrá que aprender a convivir con eso también.  La vida sigue, el tenis vuelve. Esperemos que el amor llegue. Tal vez no sea todo junto. Está bien igual. 

Mientras tanto, pásame el tarro de Nutella y el del dulce de leche. Le voy a poner un poco de los 2, nunca se sabe que puede pasar. Y mañana es lunes. 






 

 

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