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De sicologos y zapatillas



La semana pasada le puse fin a segunda temporada de terapia. Creo que llegué a un punto en el cuál no había progresos y por ende un buen momento para cerrar una etapa.

Nunca me había psicoanalizado. Creo que mudarme a Alemania, separarme finalmente de mi ex mujer y tratar de entender qué me estaba pasando fueron razones más que válidas para iniciar un camino retrospectivo. 

Lo mejor que tuvo la terapia fue que pude aprender a dar respuestas distintas a situaciones desconocidas o que tal vez estaban ahí sin que yo las hubiera podido observar con atención y en ese sentido, el tiempo y el dinero invertidos están más que pagados.

La vida a veces nos sorprende y encontrarme un día dentro de mi casa sin sentir que fuese ya mi casa o peor aún, encontrarme una noche afuera de mi casa porque ya nunca más podía volver a entrar, son razones más que válidas para consultar con un profesional.

Ahora hay algo que un sicólogo no puede resolver, sencillamente porque no somos robots y tenemos límites que a veces nos cuestan cruzar. El mío tiene que ver con lo relacional, con poder resolver situaciones que para otras personas son más bien sencillas y para mi bastante más complejas.

En concreto, me cuesta mucho abrirme, no en la forma superficial de acercarme y hablar de cualquier cosa sino más bien en lo que sigue después de la charla: compartir algo más, invitarte un día a mi casa, contarte mis sueños y demás.

Y tiene que ver con mis miedos. Las cosas que nos generan mayor temor, son justamente las que más deseo nos generan. Nos da pavor, nos encantaría que sucediera. No lo podemos expresar, justamente  por los miedos. Y entonces probablemente nunca sucedan, lo que se termina traduciendo en frustración.

Por supuesto que los sicólogos nos pueden ayudar a echar luz sobre estos aspectos de la vida. La mía en un charla reciente lo hizo: "por qué sencillamente no la invitás a salir y le decís que la querés?". Y es la pregunta correcta. Solo que no pueden es conseguir que lo hagamos. Porque somos nosotros y no ellos, los que jugamos el partido. 

De donde surge nuestro comportamiento? Aparentemente de las cosas que nos enseñaron cuando  nacimos. Y tengo 2 recuerdos muy puntuales que van al punto. 

El primero tiene que ver con unas clases de natación a las que me llevaban en Mar del Plata cuando tenía poco más que 4 o 5 años. El objetivo era que aprendiese a nadar para evitar accidentes en la pileta o incluso en el mar. Debo decir a la distancia que estaba mal planteado: si me llevas a una clase para evitar que me pase algo trágico, lo más probables es que el miedo me gane de antemano. Me la pasé vomitando todo el verano, nunca pude poner un pie en el agua y mis lamentos se escuchaban desde bastante antes de llegar a la pileta.

Porque si la chance es que me ahogue, lo mejor es que me quede en el borde de la pileta o en la orilla del mar. Aprender a nadar es exponerme al riesgo. Si por el contrario me llevás a nadar para que aprenda a competir en un torneo en el que juegan mis amigos o me regalas una máscara para aprender a bucear debajo del agua, tal vez ahí me lo piense y tenga algún motivo para pensarlo. 

La otra lección es todavía más tóxica: el que era mejor no era el que ganaba. El que era mejor era el que jugando mejor se dejaba ganar por otro para hacerlo sentir bien. Vale decir, valía más perder que ganar, porque perdiendo, se demostraba caballerosidad. 

Y está todo bien con la caballerosidad, ahora yo también quiero ganar copas porque soy el mejor y no solo por ser el mejor compañero. Supongo que habría que reescribir la teoría de Darwin para incorporar este nuevo capítulo: no sobrevive el mejor, sino el peor, porque el bueno se dejó vencer. Ojo, puede ser eh, al menos en función de las cosas que vemos en algunas ocasiones. 

Bueno, como decía al principio, dejé a la sicóloga porque no pude resolver ninguna de estas cuestiones. eso no implica de manera alguna que no tenga que resolverlas, solo que no van a suceder en una terapia. A aprender a nadar, me enseñaron mis amigos. A ganar torneos, la vida. Es compartiendo tiempo con ellos que estos temas encuentran solución. Es viviendo que aprendemos a resolver los problemas. 

Con la plata que no le pago a la sicóloga, me voy a comprar zapatillas, que es la forma en la que me que me estoy preparando para llamarla, invitarla a salir y decirle que la quiero. Y sino, me compraré otro par de zapatillas y me buscaré otra. Porque en el fondo, casi todo en la vida se arregla comprando ropa. Y tomando alguna cerveza, de esas que por esta zona abundan. 


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