Lo comentábamos el otro día en las redes: ya no se lee. O al menos no se lee como antes. te quedás con el título y en el mejor de los casos, si te gustó, haces click y miras por arriba. Creo que este título tiene punch, y si te trajo hasta acá, no me equivoqué al elegirlo.
Arranqué este post a sólo 3 días de tomarme un avión para volver a Argentina. Y lo que debería ser motivo de alegría para casi todos, porque regresar es reencuentro, fue para mí una de las batallas emocionales más grandes que me tocó enfrentar, al punto de cancelar el vuelo y 48 horas después volver a comprar el pasaje. Una locura. Bueno, volver a Argentina tampoco es para gente cuerda. Digamos todo.
Por supuesto que me gusta Argentina. Es donde están muchos de mis familiares y amigos y ya estoy disfrutando de su compañía. El tema es que no me siento preparado para volver. Y no estoy preparado para volver, porque Argentina es mi pasado más no mi presente y mucho menos mi futuro. O al menos no lo veo como mi destino, aunque nunca diría nunca, porque la vida es movimiento.
En ese contexto, el regreso suena artero. ¿para qué volver? Supongo hacer lo que estoy haciendo ahora: disfrutar del calor de los amigos y familiares. Comer cosas ricas (dulce de leche!), jugar tenis justo cuando la temporada en Alemania entra en un receso. También porque no, para recordar por qué me fui.
Ahora volver así, cuando todavía estás en un proceso de cambio y no lo terminaste, cuando todo es incertidumbre...es difícil. Porque este presente que estoy transitando tiene sabor a poco. Es una obra en construcción. ¿Sabés qué? A veces me gustaría acelerar al futuro y reírme de mi pasado. Va a suceder en algún momento, porque del pasado solo cabe reírse. Sucede que el futuro no existe.
Entonces me queda transitar el presente con un objetivo en mente y hacerlo realidad. Sería algo así como traer el futuro al presente y construirlo. Y el futuro que me imagino y proyecto hoy está en Alemania y no en Argentina. Y por eso cancelé mi vuelo. Ahora las cosas pasan. Sería el famoso "pasaron cosas". Y cuando eso que sucede te excede, no queda otra que empacar y salir, aún si no lo podés explicar.
Cuestión que en la oficina tenemos unas tazas divinas, con distintos mensajes, que tienen más que ver con los valores de la empresa. Y de repente, como sin quererlo agarré una al azar y el mensaje era "You are amazing". Me cambió el día. ¿De dónde sale una taza con un mensaje así? ¿Y sabés hace cuánto que yo no me decía a mi mismo "you are amazing"? Sentí como si esa misma mano que me llevó hace ya casi 4 años a Alemania ahora me estuviese diciendo "confiá. Es por acá". La definí como la taza de Dios.
Y con esa taza en la mano y sintiéndome increíblemente bien, me puse a conversar con una compañera de trabajo que también es Argentina y le conté de todas las razones que tenía para no viajar. Entre ellos, volver a la casa de mi madre y encontrarme con mi pasado y porque no, con este presente que me cuestiona.
Su respuesta me dejó pensando: "los problemas que me estás contando no son tuyos. esos no son tus conflictos. A tu vieja decile que si, a los vecinos de tu vieja deciles que si, a todos deciles que si y después nada...si total te vas".
Y si algo me faltaba para que decante, 2 chats con sendos amigos que andan por el mundo me terminaron de convencer. En una palabra me dijeron: "Fede, el que se fue y el que vuelve, no es el mismo". O mejor dicho, somos los mismos pero distintos, porque tenemos a cuesta nuestra experiencia, un recorrido. Y ese recorrido te transforma. Nuestros padres tal vez nos vean iguales, nosotros incluso también nos sentimos iguales, ahora somos otra cosa. Ni mejores ni peores, que son las etiquetas que aprendemos a ponernos de chicos. Distintos.
Así que acá estoy, en el mismo lugar pero distinto. Mirando el mundo desde otro lugar, conversando con amigos, cada vez más convencido de que el futuro que me espera es Amazing. porque yo también lo soy. Solo que a veces me olvido de recordármelo. Para eso están los amigos que me abrazan y la taza de Dios que me recuerda que cada día es una nueva oportunidad.
A falta de Nutella, hoy le pongo dulce de leche. Y sabés qué? Me encanta.
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