A falta de otro punto de referencia, esta semana me inspiró el cura de la iglesia que está a la vuelta de mi casa. En realidad, es de todas maneras un tema que veo dando vuelta hace rato por mi cabeza y también en las redes, así que vale dedicarle un post.
En la misa de hoy, el evangelio era la parábola del hijo pródigo y el cura planteó que en realidad el hijo pródigo es aquel que se va creyendo que la felicidad estaba en un lugar lejano sólo para descubrir que en realidad la felicidad, o lo que a él lo hacía feliz, era estar en la casa de su padre.
Del otro lado, el hijo mayor, que sin poder darse cuenta que él ya era feliz, porque había compartido todo ese tiempo la dicha de su padre, se siente infeliz porque cree que a él no lo valoraban de la misma manera. De nuevo, la sensación de que el otro se había ido, se había divertido, ahora volvía y lo celebraban. Parece injusto.
La conclusión era que obviamente la felicidad nunca es absoluta, sino más bien relativa y que tiene que ver con lo que uno siente que lo hace feliz. Nos entregamos, perseguimos, de alguna u otra manera, cosas que creemos que nos van a hacer felices y no sabemos disfrutar de lo que tenemos.
Personalmente siento además que el mundo moderno, que se basa mucho en compararnos con los demás, nos hace más infelices. Mi felicidad personal surge al final no de comparar tanto sino de compartir más, disfrutar con amigos y pasar tiempo de valor con las personas que me hacen bien.
Como bien me dijo un amigo hace un tiempo en Argentina, la felicidad es absolutamente valorativa. Cada uno tiene sus preferencias y lo que nos hace felices a unos tal vez no los haga felices a otros. Tampoco es mucho problema equivocarse y salir a buscar aquello que creemos que nos va a hacer feliz. Al final del día si no era así, siempre podemos recuperar la perspectiva y aprender a valorar lo que se nos dio.
Hace 3 años me estaba separando. En parte porque creía que no era feliz. Y claro que no lo era por un montón de motivos. Si me tuviese que arrepentir de algo, diría que en realidad, por un lado durante mucho tiempo no fui feliz y lo acepté, es decir, no era al día 1800 sino al día 2 cuando me tendría que haber dado cuenta que la cosa no era por ahí. Porque siendo como soy, más temprano que tarde, me sentí absolutamente invadido. Dejar pasar el tiempo para que las cosas se arreglen solas, no es en algunos casos la mejor de las ideas.
Ahora por el otro también tengo que decir que la idea de que uno es más feliz estando solo, es falaz. O al menos, en mi caso, lo es. De nuevo, para mi la felicidad está en compartir, en estar acompañado. Siento que tal vez la vida nos forma en el sentido del reconocimiento y que a todos nos gusta de alguna u otra manera ser reconocidos. ahora si no tenés alguien con quien compartirlo, la felicidad tiene sabor a poco. Porque al final del día estás solo. Nada, balance. Yo que sé. Salir a comprarse una historia de amor tampoco te lleva a ninguna parte.
Volvamos por un minuto al cura y su misa. Al final de la misma, en este tiempo de cuaresma, pusieron un cuadro en la iglesia y después de la comunión leen un texto para reflexionar frente al mismo. Yo estaba bastante distraído ya pensando en lo que iba a escribir esta noche, y sin embargo me pareció escuchar (y juro que lo escuché) "Dios es como un plato caliente de Spaghetti".
Si hubieran dicho "Dios es como el Dulce de leche" o al menos "Dios es nutella en la tostada" lo podría haber aceptado. Mañana me hago Luterano. Estos curas ya me cansaron.
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